domingo, 5 de mayo de 2013

Los Sellos

Primer sello español

No se puede decir que seas coleccionista si alguna vez no has coleccionado sellos. No es una afirmación científica ni avalada por estudios o encuestas, ni siquiera será cierta, pero yo así lo entiendo. Y es que la primera de las colecciones con cierta enjundia de la que yo tengo recuerdo fue de sellos. Detrás de ella vinieron más, algunas de ellas perduran y otras quedaron por el camino, como aquella de botes de cerveza que alcanzó tales proporciones que acabaron saliéndonos por las orejas.

La de los sellos ha sido y es una colección intermitente, abandonada y retomada en numerosas ocasiones, y que ahora se encuentra en stand by. Cuando la comencé, mi tesoro se apiñaba en una caja de cartón. En aquel entonces el acceso a los sellos era sencillo y barato: todo consistía en echar mano del correo que llegaba a casa y recortar el pedacito de papel con el sello, para después separarlo con agua tibia y ponerlo a secar sobre un paño limpio. Como puede apreciarse, un proceso manipulativo muy al alcance de cualquiera.

Por aquella época, nos hartábamos de juntar la cara de Franco teñida de todos los colores del arco iris, también caían, de vez en cuando, algún castillo y los más preciados eran aquellos que llegaban del extranjero. Total, que mi colección se componía casi única y exclusivamente de sellos usados de franqueo ordinario. Con el tiempo me enteré de que se podían comprar bolsitas con un puñado de sellos, bien de España, bien del extranjero con preciosas imágenes, por unas modestas pesetas.

Franco

El sello estrella de mi colección era uno pequeñito, de color entre salmón y rojo oscuro, con la cara de un personaje rodeada de unos caracteres absolutamente desconocidos para mí, y que encima era antiguo. Yo estaba convencidísimo de que aquel ejemplar valía una fortuna y lo cuidaba con celo pensando en las futuras riquezas que la venta del mismo me acarrearían.

Aquella mi primera colección pasó a un álbum de los que luego me enteré que se llamaban clasificadores y donde colocabas los sellos uno detrás de otro tras una tira de plástico transparente. Y desapareció. En el fragor de mis años estudiando fuera y después en la universidad, el álbum desapareció con mi preciado tesoro y mi entusiasmo por los sellos languideció durante una larga época en la que mis intereses iban por otros derroteros mucho más gratificantes.

Juan Carlos I

Fue un domingo, ya casado y bien casado, paseando por la Trapería murciana y aprovechando que mi joven esposa se entretenía haciendo de madre, me encontré en las Cuatro Esquinas un grupo de personas en torno a un puesto callejero. Allí que asomé la nariz y me encontré una mesa con una serie de cajas llenas de sellos usados, que ya no recuerdo si eran a peseta o a duro la unidad o si dependía de la caja que fueran a un precio o a otro. Y allí, aquel grupo de personas picoteaba las cajas como las gallinas en el corral. Era un conjunto variopinto, mayoritariamente masculino, de jóvenes, medianos y mayores que se arrimaban y buscaban hueco para meter la mano en aquellas montañas de papelitos de colores. Al mando de aquel ansioso batallón estaba Ricardo Castaño, flanqueado por su hermano Diego, que le daba más a la parte numismática y por sus padres, que todas las semanas liaban el petate en la cercana Orihuela, cargaban el coche de mesas plegables, cajas, clasificadores, maletas y todo lo imaginable y plantaban sus reales en las Cuatro Esquinas, un domingo sí y otro también.

Aquello me fascinó.  Tanto, que me convertí en asiduo durante varios años, aquellos en los que madrugando los domingos, conseguía echar dos o tres horas rebuscando con afán y almacenando un pequeño tesoro que al llegar a casa clasificaba con esmero. En esa época definí mis gustos filatélicos: me decante por las colonias españolas, por aquello del esplendoroso pasado y por lo colorido y variado de los sellos coloniales; la emprendí también con la vieja Europa y sus colonias poniéndome como tope los años cincuenta del siglo pasado; con España, por supuesto, el Primer Centenario, (bastante inaccesible en sellos nuevos) y el Segundo casi completo; además de las temáticas: los trenes, los barcos, los carruajes, los globos aerostáticos, los submarinos...

Castillo de Biar

En pleno auge de la cosa aprovechaba los viajes navideños a Madrid para escaparme a la Plaza Mayor y engordar mis colecciones. ¡Allí sí que había de todo! El único límite era la pasta, como siempre escasa, aunque en sellos usados no era necesario gastar grandes fortunas. Una aportación inesperada y que contribuyó a mi entusiasmo por el asunto, fue el regalo de un antiguo Álbum de sellos de España, que inopinadamente me hizo un compañero de trabajo, con algunas piezas y muchos huecos, que pedían a gritos ser rellenados.

Como aquello aumentaba tanto y había que clasificarlo de algún modo, además del Catálogo unificado de sellos de España y Dependencias Postales de Edifil, me hice con una antigua edición del Catalogue Ivert et Tellier de Europa y Ultramar, en el que estaban todos los sellos habidos y por haber del mundo mundial. Con él logré clasificar todo lo que iba consiguiendo e identifiqué aquel sello antiguo que tuve en mi infancia y que resultó pertenecer a una república balcánica y de un ínfimo valor. ¡Mi pequeño tesoro!

En fin, todos los subidones tienen un punto de inflexión y este llegó cuando mis hijas ya fueron requiriendo mayor dedicación dominical y se cansaron de acompañarme a rebuscar en las cajas; cuando la Fábrica Nacional de la Moneda y Timbre decidió emitir sellos/pegatinas que ya era prácticamente imposible desprender de los sobres y, fundamentalmente, porque dejó de utilizarse el sello postal para el franqueo de correspondencia.

El Talgo

Mi amigo Ricardo, después de cambiar varias veces de ubicación por imperativo de la autoridad, compró un pequeño local en un bulevar que hay a la entrada de la calle Trapería, según bajas de la Plaza de Santo Domingo, a la izquierda, donde instaló su negocio y allí me lo encontré hace unas semanas, y echamos un rato estupendo preguntándonos por la familia y recordando aquella época. Allí está a disposición de todo aquel que sienta el gusanillo filatélico e incluso el numismático, que con esto del euro, parece que ha tomado cierto auge entre los jóvenes coleccionistas. ¡Qué buenísimos ratos le debo a los sellos y a toda aquella gente estupenda con la que compartía afición!

Gracias a los sellos aprendí más historia, geografía y arte de la que me pudieron enseñar en el colegio. Y ahí están mis álbumes y clasificadores, esperando el disparo de salida para continuar donde lo dejé. Tiempo habrá y mucho, cuando flaqueen las fuerzas para otras actividades que requieren mayor desgaste físico y volver a las pinzas, la lupa y los viejos catálogos sea una magnifica forma de ocupar el tiempo.

Fotos: Internet

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