miércoles, 25 de septiembre de 2013

Los Oficios


Ahora que está tan de moda el plan Bolonia para los estudios universitarios y que surgen como setas nuevos Grados y Masteres para que ningún futuro universitario se quede sin oferta para su vocación verdadera, hasta el punto que nuestras competitivas universidades acabarán por ofertar estudios universitarios individualizados al gusto del estudiante, ahora, me da a mí por reivindicar la importancia de los OFICIOS en nuestra sociedad.

Oficios que en su mayoría no han requerido el paso por las aulas universitarias y que en su mayoría son fruto de la Formación Profesional y en muchos casos, ni eso. Y qué quieren que les diga, si no existieran esos oficios, mi vida y la de tantos otros resultaría sumamente incomoda y dificultosa, y para algunos, casi imposible.

Veamos, el que suscribe se tiene, sin modestia alguna, por un manitas, esto es, procuro solucionar mis contratiempos caseros por mis propios medios sin recurrir a profesionales, salvo contadísimas ocasiones. Pero claro, uno no domina todas las habilidades del ser humano, -algunas prefiere no dominarlas- y para eso están los oficios.

En este asunto es muy importante la confianza, yo diría que fundamental en el oficio a que se quiera recurrir. En mi caso, me precio de contar con un grupo de oficios detrás de los cuales se hayan excelentes profesionales y a los que recurro siempre y que recomiendo cuando se tercia.

Un oficio fundamental (este sí, universitario) es el de médico de cabecera, pero no el del Seguro ni el de la Cía. médica, no, me refiero al médico-de-cabecera-amigo, al que le das la tabarra cada vez que te entra el hipo. En esa categoría entra mi querido Ricardo, anestesista de pro, corredor de fondo y amigo desde ya ni me acuerdo.
Sin salirme del tema médico, es fundamental contar con un farmacéutico de confianza, también puede valer un/a mancebo/a, aunque en este caso también es preferible que sus conocimientos sobre pócimas y remedios los haya adquirido en la Universidad. Si además de guapa y simpática, es una excelente repostera, ¡para qué más! Pues esa es Toñi, andaluza de Jaén y de la farmacia del barrio.
Volviendo a los oficios propiamente dichos, ¿quién no suspira por un mecánico de confianza para su coche? Uno de esos que te dice lo que le pasa, te lo arregla y además te cobra lo justo sin sacarte los cuartos como me pasó hace unos días que no tuve más remedio que llevar el coche al servicio técnico oficial y me soplaron 50 euros por una carga de liquido refrigerante. Ese mecánico al que le llevas el coche para le revisión y te queda dinero para comer el resto de la semana. Cuando encuentras a uno de estos, como me pasó a mi con Ernesto, de Talleres Hermanos Navarro, no lo pierdes hasta que se jubila. (Gracias Miguel, por presentármelo) En el tema de la moto, ando un poco renqueando, últimamente he encontrado uno que parece serio y competente, veremos como se desenvuelve a futuro.

Oficios para la casa hay muchos: fontanero, carpintero, electricista, pintor, limpiadora, montador de toldos, albañil... y más. Como ya presumía al principio, siempre intento solucionar los contratiempos caseros, aunque he de reconocer que para las cosas gordas, tiro de mi repertorio de amigos-con-diferentes-oficios, que me solventan todas las papeletas. Sin ánimo de ser exhaustivo, siempre cuento con Angel, maratoniano y fontanero, que se retuerce y contorsiona para llegar a lugares vedados para cualquier otro falto de su forma física y con Pepe, de Caribe Toldos, que nos conocimos cuando los dos teníamos todo el pelo negro, y ahí sigue con sus lonas y toldos.
Y hablando de pelo ¿quién no tiene su peluquero preferido? con el que hablar de fútbol, de toros, de política, de lo que se tercie. Pues ese es Antonio, al que conozco desde que un día me dio por cortarme el pelo a trasquilones y me dejé la cabeza hecha un Cristo -cosas de juventud- y el bueno de Antonio reparó el desaguisado de la mejor manera posible: pasándome la maquinilla al uno. A partir de ahí, decidí ponerme en sus manos. Hasta hoy. Hoy precisamente que he bajado para que me preparara para el otoño. ¡Hay que ver, cada vez le doy más trabajo! ¡Lo que le cuesta al hombre dejarme medianamente decente con los cuatro pelos que me quedan! Mi peluquero no es cualquiera, no, es de los pocos privilegiados que se encargan de subir y bajar a la Virgen de La Fuensanta cuando toca y me contaba que esta última Romería, le ha pillado con un cólico nefrítico de los gordos y con un ataque de gota para rematar y que, a pesar de todo, arrimó el hombro y subió a su Virgen hasta el Santuario sin un ¡Ay!, eso sí, con un chute de analgésico a medio camino para aguantar. Para que Antonio falte a su cita con la Virgen, le tienen que cortar una pierna. O las dos.

La panoplia de carpinteros donde elegir es más amplia, pero de todos, me quedo con Paco, trabajador fino y cuidadoso donde los haya, a quién le das un plano de lo que has imaginado y te lo convierte en un vestidor, en un armario, o en lo que le pidas. 
Un oficio al que le he sacado mucho rendimiento últimamente es al de herrero, y el mejor, sin duda, es Jose, en el Barrio de Progreso, (no confundir herrero con carpintero de aluminio, que no es lo mismo). El bueno de Jose le pega al hierro entre partido y partido de padel. Te hace lo que le pidas: desde una reja hasta una puerta, pasando por cualquier tipo de soporte o apaño que se te ocurra. Muy recomendable al ser un oficio del que quedan pocos y buenos profesionales.

Otro oficio con el que no me atrevo -de momento- es el de albañil, pero ¿para qué me hace falta si ya cuento con un maestro albañil, que además es buen amigo y excelente agricultor, que lo mismo te levanta una pared que te poda los frutales? Ese es Antonio, que con el rollo de que se ha jubilado, de vez en cuando se quiere escaquear, pero no importa, cuando lo necesito de verdad, no falla. Ahora estoy de probaturas con otro que apunta buenas maneras; aún no se si es ruso, ucraniano, moldavo o de por ahí, pero es buena persona, le llaman Jimmy -que por supuesto no es su nombre- y te entiende regular, pero todo se andará.

Crucial diría yo que es este oficio para una casa: el de asistenta o limpiadora. Encontrar a alguien responsable, eficiente y que se haga cargo de tu casa como si fuera la suya, es como echar a la lotería y que te toquen tres gordos seguidos. Sin exagerar. Por eso cuesta tanto encontrar una persona (humana) de estas características y que se conforme con lo que pretendes pagarle y además dure en el puesto más de seis meses sin flaquear en sus funciones. En este punto si que no puedo -ni quiero- ser cansino dado el elevado número de fámulas que han desfilado por aquí, aunque no puedo dejar de recordar a Carmen, la primera, estupenda y cuidadosa a más no poder, (todavía mantenemos una relación esporádica) Hadisha, del mismo Marruecos, un poco "frangolla" pero cariñosísima con las niñas en una época en que aquello era lo más importante. Se fue a Bélgica para casarse y mejorar -no se en que orden- y una vez que volvió para ver a las niñas, les trajo un enorme elefante azul de regalo. Una buena mujer. Por último Marga, autóctona, de aquí mismo, es la que más tiempo ha estado con nosotros. Un poco como el Guadiana, de vez en cuando se iba a "la oliva", pero cuando se ponía, dejaba la casa como los chorros del oro. Ahora no está, pero seguro que recalará por aquí de nuevo.

Aunque mucha gente sigue yendo a comprar a la Plaza de Abastos o al Mercado para llenar la despensa, yo reconozco que desde siempre y por operatividad me he decantado por las grandes o medianas superficies donde encuentras de todo y lo metes en un carro hasta el parking para llevarlo a casa. Cuestión de comodidad. Por la misma cuestión cuando en el portal de al lado abrieron "La Lumbre", con comida para llevar, vi el cielo abierto y me convertí en cliente asiduo de estas simpáticas señoras a las que el negocio parece irles bien, dado el importante volumen de personal que frecuenta el local. Alicia y compañía me vienen de perlas esos días que llegas tarde a mediodía y no tienes maldita la gana de ponerte a cocinar.

¿Y qué me dices cuando te preparan el asado, el arroz, las migas o lo que te apetezca y si quieres hasta te lo llevan a casa? Lo más. Pues eso ocurre con Mari del "Ahí me quedo" o con Raquel de "La Granja".

Abundando en esto del comer, no hay nada como tener una buena carnicería y una buena verdulería a tiro de piedra, y si a eso le añades una panadería y un chino permanente, ¡para qué quieres más! Mención especial a Miguel Angel y Encarna, dos hermanos de Corvera, que continúan con el negocio de su padre manteniendo una carnicería que siempre está hasta arriba de clientes. ¡Por algo será! Además, Miguel Angel es del Madrid y eso une mucho. 

Rematando el tema alimenticio, dos panaderos: Benjamín y Juan Miguel, ambos de Archivel, con sus hornos tradicionales y un pan de los de siempre que no tiene nada que ver con el congelado y horneado que ahora encuentras en cualquier esquina y que a la media hora de comprarlo está más duro que un canto. Además, con una repostería típica de pecado, sobre todo en las fiestas: Toñas, tortas, mantecados, cordiales, bizcochos, rollos de todas clases... Me entra hambre nada más que de pensarlo. Y además, puedes llevar tu bandeja de asado para hacerlo en sus hornos. ¡Un lujazo!

Hay oficios de los que nunca pensé que echaría mano, como el de agricultor, pero amigo, cuando plantas cuatro frutales y una parra y no tienes ciencia infusa, necesitas recurrir a alguien del terreno para que te ilustre sobre el modo y manera de sacarle provecho a aquello: Cuando y como fumigar, cuando y como podar -todo un arte- ¿qué es eso de escardar los árboles?. Esto para las dudas, pero además, lo bueno de tener amigos agricultores, es que de repente te encuentras con una caja de patatas en la puerta de tu casa, o con otra de pimientos y tomates, o con un par de melones o sandías, o con lechugas o brecol, o con una bolsa de higos. En esto son especiales, Pardo -que ya no está- y que nos tenía absolutamente mal acostumbrados, el Pesqui, que es un libro abierto en materia agrícola, sabe de todo, frutas, hortalizas, verduras, lo que le eches y Sebastián, que era "chacho" de alguien y se quedó para nosotros con el "chacho" Sebastián.

En fin, me habré dejado muchos en el tintero, pero a estas alturas, ¿alguien duda de la importancia que los oficios tienen en nuestra vida y de lo mucho que nos la facilitan? Valga este pequeño resumen como homenaje a todos esos PROFESIONALES que nos hacen la vida mucho más fácil y que en su mayoría no saben donde cae Bolonia.

Para terminar, confieso que no tengo personal trainer, ni personal shoper, ni broker, ni asesor de imagen, ni nada de esas modernidades anglosajonas que están tan de moda, pero no las echo de menos (de momento)

Ilustraciones: Internet

domingo, 22 de septiembre de 2013

Mis Motos I

Con tupé y estrenando la Cota 247

Si no te gustan las motos, aunque sea un poquito, no merece la pena que sigas el hilo, porque hoy, esto va de motos. No de motos en general, ni de formas de vivir, ni del viento en la cara, ni de la libertad sobre dos ruedas. No, no va de nada de eso aunque pudiera, solo va de recuerdos.

De recuerdos de toda una vida a una moto pegado. Desde la primera a la penúltima y, posiblemente, dejándome alguna en el tintero. No por muchas, sino por flojera en la memoria.

Como para muchos, mi aventura motera comenzó sobre la moto de un amigo allá por los 16 años, cuando uno es de goma y está preparado para blandearse contra el suelo cuantas veces haga falta. Las motos de los amigos por aquella época eran trialeras o de enduro, o sea, de campo, por lo que las costaladas no revestían especial gravedad.

Con esos mimbres aprendí a montar -y a caerme- en moto -tan importante, o más, lo segundo que lo primero- y llegó el momento de la primera. Una buena amiga de mis padres, Carmen Salaya, me tenía prometida una moto si aprobaba COU y Selectividad de una tacada en junio. Aquella promesa fue el mejor acicate para que yo cumpliera con mi parte y en llegando el verano le recordara a mis padres la promesa de su amiga.

Bueno... no te lo tomes muy en serio... son cosas que se dicen... no veo conveniente recordárselo...

Pero yo había cumplido, mis amigos tenían motos y yo quería la mía. Así que insistí. Vale, pero no te pases, un Vespino y vas que arreas. Con esta y otras indicaciones por el estilo nos personamos en casa de Dña. Carmen, mujer envuelta en una nube de humo producto de su sempiterno pitillo entre los dedos y que no soltaba más que para encender otro.

Aquí estamos, ¿qué hay de lo mío? La mujer, ceremoniosa, sacó un abultado sobre de un cajón y sin más preámbulos comenzó a apilar parsimoniosamente -entre largas caladas-, billetes "de a mil" sobre la mesa ante mi atenta mirada y la incomodidad de mi madre que pronto empezó a decir que ya estaba bien, que para un Vespino ya había bastante, que... Pero la otra seguía y no iba yo a ser quien la parase. Al fin y al cabo, ¿para que quería yo un Vespino si lo que ansiaba era una moto de monte como las de mis amigos? Al fin paró, ¿tienes bastante para la moto? Sí, contesté mientras contemplaba aquel fajo de billetes más contento que unas pascuas. Aunque mi madrina fue mi abuela, aquella mujer se convirtió en mi hada madrina para los restos.

Y ahora, a por la moto. Así que un buen día nos acercamos a un compraventa de Los Dolores, en Cartagena, mi padre y yo acompañados de nuestro asesor personal en tema de motos, a la sazón, el bueno de Alfredo Magaña, con sus 16 años y propietario de una Bultaco Lobito de 74 cc. amarilla, con la que había aprendido mis primeros fundamentos y sufrido las consiguientes caídas.

Haciendo "caballitos" por el campo

Del escueto muestrario de segunda mano del compraventa fijé mis ojos en la más "gorda", esto es, de mayor cilindrada: una Montesa Cota 247, roja, con una banda negra central sobre el depósito y hasta el asiento que le daba un aire de lo más estilizado.

Aquello había que probarlo y Alfredo, como buen asesor se puso a ello. Tras un par de intentos con la palanca de arranque, la Cota se puso en marcha y Alfredo dio un par de vueltas por el patio aquel en pose trialera. Bien, esto va bien. Yo también quise probarla, conseguí arrancarla al tercer o cuarto intento y emulé a mi amigo por el patio hasta que al segundo giro a aquello le dio por caerse y al vendedor por dar por terminadas las pruebas.

¡Me la quedo! Sin más probaturas decidí que aquella era la mía y unos días después la descargaban en la puerta de casa en Campoamor. ¡Aquello fue lo más! calle arriba, calle abajo y a Las Villas a repostar gasolina. Lo que disfruté aquella moto el tiempo que la tuve daría para enciclopedia y media. ¡Qué más daba que cuando la compré ya estuviera harta de vivir, que los amortiguadores fueran en el tope más alto porque solo le funcionaban los muelles, que el silencioso del tubo de escape hubiese muerto antes de que yo lo conociera e hiciera un ruido de mil diablos y que consumiera 16 litros de gasolina a los 100 km! Todo ello menudencias comparado con el disfrute de triscar por el monte como una cabra subido en aquel estruendo.

No hay nada como una moto vetusta para aprender algo de mecánica y como aquella mi primera lo era, la cosa salía a día de paseo por día de reparaciones, más o menos y sin exagerar. Al final, el carburador no tenía secretos para mí y la bujía y sus continuas perlas eran limpiadas y cepilladas convenientemente entre acaloradas discusiones sobre la distancia idónea de los electrodos para que saltara la chispa. Y que decir de la esponja de acero inoxidable embutida en el silencioso para amortiguar el escándalo del escape.

Y como aún no tenía el carnet, pues todo el día por el campo hasta que me lo saqué: el teórico a la primera y el práctico por los pelos, también, en una vetusta Vespa de autoescuela con las marchas en el puño, que se calaba al dejar de acelerar, y que cogí por primera vez para el examen.

En la Casa del Poeta

En fin, aquella fue la primera. Después vendrían otras cuantas hasta hoy, y de las que escribiré otro día, pero ninguna ha hecho que me sintiera el "Rey del Mambo" como mi querida 247.

Nota: Alfredo siempre fue un tipo tranquilo, de chico, delgaducho, y ya de mayor, con el yudo, se puso como un armario, pero no dejó de ser tranquilo. Con el tiempo cambió la Lobito por un Mini en el que entraba a duras penas. En él me llevó un día a La Manga a visitar a mi futura, y más adelante contribuyó a nuestra boda regalándonos las invitaciones gracias a la imprenta familiar. Ahí estuvo siempre hasta que un estúpido accidente en una salida de la M-30 se lo llevó antes de tiempo. Allá donde fuera, seguro que seguirá derrochando paciencia con esa sonrisa socarrona que le asomaba a la cara cuando hacía uso de ella. 

Alfredo

No todos los días me acuerdo de tí, pero sí que llevo en la cartera -desde siempre- la pegatina de Snoopy en una Vespa roja, en la que anoté tu nombre y el teléfono de la imprenta cuando me ofreciste las tarjetas para la boda. No te he vuelto a llamar, no ha hecho falta. Ya nos veremos.