miércoles, 29 de mayo de 2013

domingo, 26 de mayo de 2013

Isla Plana. Geografía

Malecón

Ermita de Nuestra Señora del Carmen

Isla Plana

Vista a Poniente. Puerto de Mazarrón

Barca en tierra

Sierra de  La Muela

Baños de la Marrana

Vista de Levante. La Azohía

Restos arqueológicos romanos

lunes, 20 de mayo de 2013

La Prueba del 10

Prueba del nueve

Cuando yo iba al colegio y aún no existían las calculadoras, la forma más científica que teníamos a mano de averiguar si el resultado de la operación que habíamos realizado era correcto, era aplicarle la prueba del nueve.

Han pasado muchos años y ya casi nadie se acuerda de aquella prueba, prima hermana de esa otra del algodón: el algodón no engaña. Esto es, era una forma sencilla de averiguar si se había seguido el camino correcto, al margen de otras consideraciones más complejas.

Últimamente nuestra sociedad se está cuestionando su propia forma de existencia y prueba de ello es que no damos pie con bola, ni en la política, ni en la religión, ni en la educación, ni en la economía, ni en muchos aspectos de nuestra supercivilizada existencia. Sí que parece que lo único que funciona para movilizar a las masas con un objetivo común - en el sentido de juntar mucha gente para ir/hacer/ver algo no estrictamente necesario para el crecimiento personal, y además pagando -, son los deportes y los espectáculos musicales. Pero esto ya lo inventaron los romanos para entretener al pueblo y les duró hasta que los hunos les pasaron por encima.

Yendo al tema de la educación, cuya bandera ondea al viento que sopla según el partido político que se encuentre en el gobierno y que da más pasos hacia atrás que hacia adelante. En la que las reformas que se proponen siempre encuentran más detractores que partidarios, que los informes de Pisa nos dejan a los pies de los caballos un año sí y otro también, en la que se predica la excelencia pero se recorta el trigo para que funcione, y en la que, por no seguir, los docentes están hasta el moño de sentirse ninguneados, sableados, manejados, agredidos, desautorizados, deprimidos y sin posibilidad de enfermar para que no les quiten parte de sus mermadas pagas.

En esa educación en la que prima la ley del mínimo esfuerzo, en la que se ha vuelto la tortilla y el que tiene que dar explicaciones es el docente y el alumno el que las requiere y en la que las fórmulas clásicas de reivindicación: huelgas, manifestaciones, pitos y palmas no dan el más mínimo resultado, en esa, es en la que hay que echarle imaginación para que las reclamaciones surtan efecto.

¿Y que hacer? Pues someter a la sociedad y a quienes la gobiernan, ya sea desde el Estado o desde las autonomías a la "prueba del 10". ¿Y qué es eso de la prueba del 10? Pues muy sencillo, dado que los docentes, ya sean maestros de educación infantil, ya catedráticos, doctores, profesores de educación primaria o secundaria, maestros de taller, universitarios, etc. etc. aún no han perdido una de las atribuciones distintivas de su profesión, como es la de evaluar los conocimientos de sus alumnos, yo propongo, -como medida de protesta global y a fin de cambiar el sistema educativo desde abajo hacia arriba, obteniendo el compromiso de la clase política de llegar a acuerdos y de mantenerlos al margen de los vaivenes electorales, para conseguir una educación de calidad a todos los niveles-, que en estas fechas de final de curso, examinen a sus alumnos y ejerciendo su potestad calificadora, les puntúen con un 10.

Exámenes orales o en las pizarras. Pregunta, respuesta y... un 10. Desde la educación infantil, con cuatro o cinco añitos, hasta el master en telecomunicaciones. Un 10 en cada asignatura. Un 10 de media en el curso. Examen de la PAU, un 10. Oposiciones, un 10. El MIR, un 10 y todos los médicos a estudiar especialidad. Todo estudiante matriculado en el sistema educativo, acabando el curso con un 10. Vamos, un boicot positivo al sistema en toda regla. Sin problemas de orden público, sin algaradas callejeras, sin guerras de cifras sobre mayores o menores seguimientos de las acciones reivindicativas. Todo muy pacífico.

Y todos contentos, los alumnos, los que más: sin pegar un palo al agua, un sobresaliente de regalo; los padres felices de no tener que bregar con sus hijos en vacaciones y de pagar menos tasas el curso siguiente; los docentes encantados de no tener que hacer recuperaciones ni de dar explicaciones, de no tener que hacer huelgas ni "manifas" para hacerse escuchar y de pasarle la pelota a las autoridades educativas, que tendrían que ponerse las pilas para pagar todas las becas a que se harían acreedores los poseedores de tan magníficas notas, habrían de aumentar las plazas de acceso en las universidades y ciclos formativos para acoger a esos 100 x 100 de sobresalientes, vamos, que tendrían que hacer filigranas para que no se les colapsara el sistema. Eso sí, para que esto funcionara, habría de tener una incidencia cercana al 100%.

¿Que harían las autoridades educativas ante tal avalancha de 10eces? ¿Sancionar? ¿A quién y porqué? En la relación profesor-alumno en cuanto a la evaluación y calificación de este último, el primero que podría reclamar sería el alumno ¿Y qué alumno se iba a quejar de que le pusieran un 10? En cuanto al nivel de conocimientos para hacerse acreedor a esa nota, quién mejor que el profesor para decidir si las respuestas a sus preguntas son merecedoras de un 10. En los exámenes orales las respuestas se las lleva el viento y en las pizarras, los borradores.

Algo parecido a una huelga a la japonesa, pero mucho más gratificante para los involucrados y tremendamente inoportuna para los gobernantes.

Así que, ¡Animo y a por la prueba del 10!

martes, 14 de mayo de 2013

Epi

Mirlo

A vueltas con los pájaros, he empezado y parado con esta historia en cantidad de ocasiones, sin encontrar el punto de darle forma. Salvo cortos periodos en el tiempo, durante los últimos treinta años siempre he tenido pájaros, en especial periquitos. Al principio de los tiempos llegué a tener una bandada que volaba con total libertad en uno de mis pisos de estudiante. Aquellos coexistieron durante una temporada con un pato, que empezó de lindo patito amarillo y acabó en hermosísimo pato blanco que marraneaba todo lo que podía y más, hasta terminar convirtiéndose en un verdadero problema de salubridad. Aquel pato acabó en La Granja, un recargado y barroco lugar de copas que existía en El Palmar regentado por una pareja de excéntricos Antonios. De los de la bandada, uno de ellos, el más dócil, picoteaba las puntas de los bolígrafos mientras escribía y limpiaba de migas la mesa con todo esmero. Nico era una joya. 

Una vez en todo este tiempo he conseguido criar con una pareja de periquitos. Dos crías salieron del huevo; una de ellas murió antes de emplumarse y la otra sobrevivió. Era preciosa, tenía un color predominante verde oscuro que era una maravilla. Empezó a revolotear junto a sus padres y quiso la mala suerte que en uno de sus vuelos de entrenamiento cogió carrerilla hacia la ventana y se estampó contra el cristal. Ahí se acabaron su carrera y mi gozo. ¡Con lo que me había costado sacarlo adelante! Su padre, Toni, que vivía más tiempo fuera que dentro de la jaula, siempre hizo buenas migas con Marián y sus rizos y Dama, su pareja, blanca como la nieve, se especializó en poner huevos vanos por docenas. Siempre que le colocabas el nido, ella ponía sus huevos y los incubaba con esmero, pero nunca más aumentó su prole.

Además de periquitos, han pasado por mis jaulas, ninfas, agapornis, degollados, diamantes de Gould, jilgueros, canarios amarillos y hasta un roller cobrizo, Chipirrín, (regalo de Miguel Angel) que trinaba primorosamente y además sobrevivió durante mucho tiempo, recorriendo media España en su jaula cada vez que salíamos de vacaciones. Casi todos han viajado, pero Chipirrín se llevó la palma. Entre los jilgueros, Archi fue el más longevo, aunque eso de meterlo en una mini jaula para que cantara nunca me hizo mucha gracia (lo hice por consejo de Paco, mi proveedor de jilgueros, con el que una mañana de verano, al despuntar el alba, salimos de caza y tras varias horas apostados, atrapamos un puñado de pardos y de jilgueros -colorines les llamaba- con reclamo y una red, mientras Blanquita daba cabezadas por el madrugón) 

Por probar, probamos con una cotorra de pecho verde, de esas que provienen de Sudamerica y ahora campan por los parques y jardines de nuestras ciudades (escapadas unas y abandonadas muchas) Aquella cotorra se llamaba Mateo y tenía la rara habilidad de chillar estrepitosamente cada vez que intentabas ver una película en la televisión. El muy mal nacido se regodeaba ladeando la cabeza sin cesar en sus chirridos. Aquello no era normal, debía andar mal de la cabeza porque pasando el tiempo la meneaba de forma un tanto rara, a lo niña del exorcista, para entendernos, hasta que le sobrevino la muerte y regresó la paz al hogar. Con todo, le dimos sentida sepultura a la sombra de un pino carrasco.

Capítulo aparte lo constituyen la legión de gorriones, aviones y golondrinas caídos del nido y que con todo el entusiasmo del mundo he intentado sacar adelante a lo largo del tiempo con nulos resultados. Todo era acomodar al pajarillo en cuestión en una caja de cartón, bien arropadito, con un poco de agua a su alcance e intentando darle miguitas de pan o cualquier otra cosa por el estilo mojada en agua y con unas pinzas, para que te mirara con el ojillo triste mientras intentabas alimentarlo inútilmente y acabara indefectiblemente con las patas por alto a la mañana siguiente.

Un único caso de pollo encontrado y sacado milagrosamente adelante, fue el de Epi, un macho de mirlo caído del nido y que encontré durante un paseo por Campoamor. Tras su acomodo en la consabida caja de cartón y dado que el animalito aún no tenía ni plumas, pregunté en una pajarería por la forma de alimentarlo; allí me proporcionaron una pasta de cría y me aleccionaron sobre la forma de administrársela. ¡Mano de santo! Epi era un tragón nato; abría un pico más grande que la cabeza y tragaba que daba gusto. En poco tiempo le salieron las plumas y empezó a comer solo y en un santiamén se convirtió en un precioso y lustroso mirlo negro. 

De la época de Mateo, había yo construido una jaula cilíndrica de regulares proporciones, cuya base era una tapa de cubo de basura y la parte superior una tabla de mesa de camilla, todo ello sobre unas patas metálicas de las que se usan para poner maceteros. Como aquello era muy espacioso, en su interior, en vez de palitos al uso, metí una rama de árbol seca que le daba un aspecto de lo más natural. Allí que ubiqué a Epi y fue feliz durante largo tiempo saltando y revoloteando arriba y abajo mientras cantaba con entusiasmo (nada que ver sus gorgoritos con los chillidos de su antecesor)

Pero como el ser humano es inquieto por naturaleza, -al menos este ser humano lo es- y dadas las dificultades que tenía limpiar aquella jaula artesanal, un día vi el cielo abierto cuando un amigo me regaló un jaulón de verdad pero apaisado. Este tenía sus bandejas para limpiar, sus separadores para la cría, en fin, una jaula en toda regla, así que, ni corto ni perezoso y sin pedirle opinión al bueno de Epi y pensando únicamente en su bienestar y mi comodidad, lo instalé en su nuevo hogar con toda la ilusión del mundo.

Al principio, el animalito estuvo quieto, como adaptándose al nuevo medio y yo me deshice de su jaula. Al poco, empezó a animarse y a hacer lo que ya sabía: dar saltos hacia arriba e intentar volar. Ahí me dí cuenta de mi gran error; el pobre no paraba de golpearse contra el techo de la jaula y empezó a quedarse calvo. Yo esperaba que se acabara acostumbrando y él seguía a cabezazos. Pasados unos días y en vista de que la cosa no mejoraba y ya no tenía la jaula antigua, decidí soltarlo para que no muriera y con toda mi candidez, lo lancé al aire como quién lanza una paloma mensajera, pero aquel pobre, que todo lo que había volado era el metro escaso de su jaula, aleteó desesperadamente y dio con sus huesillos en el suelo y allí quedo hecho un ovillo. Lo recogí, lo volví a meter en la jaula y a los pocos días murió ante mi total impotencia.

Salvo cuando murió el imberbe periquito, nunca había sentido tanta tristeza por la muerte de un pájaro. Se mezcló la rabia por mi imprevisión, con la falta de reflejos para encontrar solución, con el cariño que le tenía desde que lo saqué adelante con sus papillas y el recuerdo de sus sonoros saludos y respuestas cada vez que me veía o le silbaba. Ahora tengo una preciosa pareja de periquitos, que me regalaron como macho y hembra para intentar volver a criar y que con el paso del tiempo se han convertido en dos magníficos y cariñosos machos que se pasan el día haciéndose carantoñas. Les puse un nido, por probar, y lo único que conseguí fue que lo desarmaran a picotazos. ¡Qué le vamos a hacer! Se quieren aunque no tendrán descendencia. 

Yo, de todas formas, aún sigo mirando con nostalgia a todos los mirlos que me cruzo, con la secreta esperanza de encontrar uno que me permita enmendar mi error y hacerle justicia a Epi, el mejor pájaro que he tenido.

domingo, 12 de mayo de 2013

Flores Amarillas

Tulipanes amarillos (Tulipa gesneriana)

Tulipán amarillo (Tulipa gesneriana)

Narcisos amarillos (Narcissus)

Lirios amarillos (Iris pseudacorus)

Lirios amarillos (Iris pseudacorus)


miércoles, 8 de mayo de 2013

Autos Clásicos III

Jeep-Ebro Bravo


Producido en España bajo licencia por VIASA (Vehículos Industriales y Agrícolas, S.A.) en Zaragoza desde 1959 y durante casi un cuarto de siglo, este 4x4 es heredero por línea directa de los primitivos Jeep de la Segunda Guerra Mundial, solo que pintado de amarillo canario. Con 35 años en sus ballestas, -según su matrícula- este coqueto todoterreno se encuentra en un buen estado de conservación, aunque la capota, mitad fibra, mitad lona no está excesivamente conseguida en su restauración. Seguro que resulta mucho más chulo completamente descapotado.

domingo, 5 de mayo de 2013

Los Sellos

Primer sello español

No se puede decir que seas coleccionista si alguna vez no has coleccionado sellos. No es una afirmación científica ni avalada por estudios o encuestas, ni siquiera será cierta, pero yo así lo entiendo. Y es que la primera de las colecciones con cierta enjundia de la que yo tengo recuerdo fue de sellos. Detrás de ella vinieron más, algunas de ellas perduran y otras quedaron por el camino, como aquella de botes de cerveza que alcanzó tales proporciones que acabaron saliéndonos por las orejas.

La de los sellos ha sido y es una colección intermitente, abandonada y retomada en numerosas ocasiones, y que ahora se encuentra en stand by. Cuando la comencé, mi tesoro se apiñaba en una caja de cartón. En aquel entonces el acceso a los sellos era sencillo y barato: todo consistía en echar mano del correo que llegaba a casa y recortar el pedacito de papel con el sello, para después separarlo con agua tibia y ponerlo a secar sobre un paño limpio. Como puede apreciarse, un proceso manipulativo muy al alcance de cualquiera.

Por aquella época, nos hartábamos de juntar la cara de Franco teñida de todos los colores del arco iris, también caían, de vez en cuando, algún castillo y los más preciados eran aquellos que llegaban del extranjero. Total, que mi colección se componía casi única y exclusivamente de sellos usados de franqueo ordinario. Con el tiempo me enteré de que se podían comprar bolsitas con un puñado de sellos, bien de España, bien del extranjero con preciosas imágenes, por unas modestas pesetas.

Franco

El sello estrella de mi colección era uno pequeñito, de color entre salmón y rojo oscuro, con la cara de un personaje rodeada de unos caracteres absolutamente desconocidos para mí, y que encima era antiguo. Yo estaba convencidísimo de que aquel ejemplar valía una fortuna y lo cuidaba con celo pensando en las futuras riquezas que la venta del mismo me acarrearían.

Aquella mi primera colección pasó a un álbum de los que luego me enteré que se llamaban clasificadores y donde colocabas los sellos uno detrás de otro tras una tira de plástico transparente. Y desapareció. En el fragor de mis años estudiando fuera y después en la universidad, el álbum desapareció con mi preciado tesoro y mi entusiasmo por los sellos languideció durante una larga época en la que mis intereses iban por otros derroteros mucho más gratificantes.

Juan Carlos I

Fue un domingo, ya casado y bien casado, paseando por la Trapería murciana y aprovechando que mi joven esposa se entretenía haciendo de madre, me encontré en las Cuatro Esquinas un grupo de personas en torno a un puesto callejero. Allí que asomé la nariz y me encontré una mesa con una serie de cajas llenas de sellos usados, que ya no recuerdo si eran a peseta o a duro la unidad o si dependía de la caja que fueran a un precio o a otro. Y allí, aquel grupo de personas picoteaba las cajas como las gallinas en el corral. Era un conjunto variopinto, mayoritariamente masculino, de jóvenes, medianos y mayores que se arrimaban y buscaban hueco para meter la mano en aquellas montañas de papelitos de colores. Al mando de aquel ansioso batallón estaba Ricardo Castaño, flanqueado por su hermano Diego, que le daba más a la parte numismática y por sus padres, que todas las semanas liaban el petate en la cercana Orihuela, cargaban el coche de mesas plegables, cajas, clasificadores, maletas y todo lo imaginable y plantaban sus reales en las Cuatro Esquinas, un domingo sí y otro también.

Aquello me fascinó.  Tanto, que me convertí en asiduo durante varios años, aquellos en los que madrugando los domingos, conseguía echar dos o tres horas rebuscando con afán y almacenando un pequeño tesoro que al llegar a casa clasificaba con esmero. En esa época definí mis gustos filatélicos: me decante por las colonias españolas, por aquello del esplendoroso pasado y por lo colorido y variado de los sellos coloniales; la emprendí también con la vieja Europa y sus colonias poniéndome como tope los años cincuenta del siglo pasado; con España, por supuesto, el Primer Centenario, (bastante inaccesible en sellos nuevos) y el Segundo casi completo; además de las temáticas: los trenes, los barcos, los carruajes, los globos aerostáticos, los submarinos...

Castillo de Biar

En pleno auge de la cosa aprovechaba los viajes navideños a Madrid para escaparme a la Plaza Mayor y engordar mis colecciones. ¡Allí sí que había de todo! El único límite era la pasta, como siempre escasa, aunque en sellos usados no era necesario gastar grandes fortunas. Una aportación inesperada y que contribuyó a mi entusiasmo por el asunto, fue el regalo de un antiguo Álbum de sellos de España, que inopinadamente me hizo un compañero de trabajo, con algunas piezas y muchos huecos, que pedían a gritos ser rellenados.

Como aquello aumentaba tanto y había que clasificarlo de algún modo, además del Catálogo unificado de sellos de España y Dependencias Postales de Edifil, me hice con una antigua edición del Catalogue Ivert et Tellier de Europa y Ultramar, en el que estaban todos los sellos habidos y por haber del mundo mundial. Con él logré clasificar todo lo que iba consiguiendo e identifiqué aquel sello antiguo que tuve en mi infancia y que resultó pertenecer a una república balcánica y de un ínfimo valor. ¡Mi pequeño tesoro!

En fin, todos los subidones tienen un punto de inflexión y este llegó cuando mis hijas ya fueron requiriendo mayor dedicación dominical y se cansaron de acompañarme a rebuscar en las cajas; cuando la Fábrica Nacional de la Moneda y Timbre decidió emitir sellos/pegatinas que ya era prácticamente imposible desprender de los sobres y, fundamentalmente, porque dejó de utilizarse el sello postal para el franqueo de correspondencia.

El Talgo

Mi amigo Ricardo, después de cambiar varias veces de ubicación por imperativo de la autoridad, compró un pequeño local en un bulevar que hay a la entrada de la calle Trapería, según bajas de la Plaza de Santo Domingo, a la izquierda, donde instaló su negocio y allí me lo encontré hace unas semanas, y echamos un rato estupendo preguntándonos por la familia y recordando aquella época. Allí está a disposición de todo aquel que sienta el gusanillo filatélico e incluso el numismático, que con esto del euro, parece que ha tomado cierto auge entre los jóvenes coleccionistas. ¡Qué buenísimos ratos le debo a los sellos y a toda aquella gente estupenda con la que compartía afición!

Gracias a los sellos aprendí más historia, geografía y arte de la que me pudieron enseñar en el colegio. Y ahí están mis álbumes y clasificadores, esperando el disparo de salida para continuar donde lo dejé. Tiempo habrá y mucho, cuando flaqueen las fuerzas para otras actividades que requieren mayor desgaste físico y volver a las pinzas, la lupa y los viejos catálogos sea una magnifica forma de ocupar el tiempo.

Fotos: Internet