viernes, 6 de junio de 2014

Memoria Histórica II

Una historia sencilla, sin buenos ni malos, perdedores o ganadores, victoriosos o vencidos. Solo un soldado con su experiencia, su recuerdo y una lección bien aprendida: "La guerra es el mayor disparate del mundo".

Yo sobreviví al Día D


Paul Goltz

"Tenía un ángel de la guarda", alega como única explicación al hecho de estar vivo Paul Goltz, hoy de 89 años y que vio caer al resto de sus camaradas de la compañía durante el desembarco de Normandía. Nacido en Königswinter, fue reclutado obligatoriamente por el ejército alemán en 1943, en cuanto cumplió los 18 años. Con solo tres meses de entrenamiento fue destinado a Normandía. "Nuestra misión era sembrar los espárragos Rommel, clavar postes de madera a lo largo de toda la costa para hacer más difícil el aterrizaje de los paracaidistas", recuerda. En el cementerio de La Cambe, donde yacen 21.000 soldados alemanes enterrados, rememora aquel infierno.

"Yo estaba en mi puesto, eran alrededor de las dos de la madrugada, cuando comencé a ver los árboles de navidad. Entonces supe que había empezado". Los soldados alemanes llamaban árboles de navidad a los objetos luminosos arrojados en paracaídas y que debían marcar los objetivos de los bombardeos. "Hacía dos días que no habíamos bebido ni comido nada, pero sabíamos que debíamos luchar hasta el final, así que me precipité hacia el pueblo en busca de leche o de algo que comer. Me daba miedo la muerte", relata. "En medio de la oscuridad, dos ojos brillaban envueltos en la nada. Era la primera vez que veía un hombre de color y tardé en darme cuenta. No entendí lo que me decía en inglés, pero hablé muy lentamente en alemán y le dije: no queremos dispararnos en uno al otro, ¿verdad amigo? Él me tendió su cantimplora y un cigarrillo".

Después de ese episodio, Goltz volvió con su grupo y enseguida comenzaron los disparos. Muchas horas después, tras una batalla en la que había perdido la noción del tiempo, solo quedaban vivos cuatro hombres de su compañía. "Había decenas de miles de cadáveres. Me aplastaban, casi no podía respirar", describe los últimos momentos.

"Los americanos nos apuntaban y dijeron lets go boys, hands up!. Nos llevaron en barco a Escocia y desde allí en el Queen Mary hasta Nueva York. En el barco recibimos la primera comida de verdad, nunca la olvidaré, puré de patatas y salchichas de Fránkfurt. Y además café. Yo me puse tres veces seguidas en la cola".

Cuando fue liberado en el campo de prisioneros de Virginia, en 1946, había perdido todo contacto con amigos y familiares. Hablaba perfectamente inglés y decidió quedarse a trabajar en Escocia. Solo en 1947, a través de Cruz Roja, pudo volver a encontrar a sus padres y regresó a Alemania, donde pasó a formar parte del cuerpo diplomático. Hoy, el único sentido que encuentra al ejercicio de recordar todo esto es lo que pueda con ello ayudar a entender a los jóvenes que "la guerra es el mayor disparate del mundo". "Durante 70 años hemos disfrutado de paz y de democracia en Europa. Debemos conservar eso por encima de cualquiera de nuestras diferencias. Nunca más debe suceder algo así. Todavía me sobrecojo cuando pienso cómo podía haber sido mi vida si pudiera haberme ahorrado aquel horror". 

Fuente: El Mundo

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