domingo, 15 de abril de 2018

Una Tarde de Gloria

Un instante con una mujer feliz

Perdóname Jaime, pero me costó reconocerte sin tu poblada barba. Hemos coincidido apenas un par de veces y cuando te vi desfilar camino del altar, con un hermoso bigote y sin rastro del resto, te encontré la cara y te vi majete. Y no te vi la cara cuando ya a los pies del altar, a la espera de la novia, los músicos atacaron y remataron la pieza de bienvenida, quedando un suspense silencioso sobre nuestras cabezas, sin que ella hiciera acto de presencia hasta el segundo intento, pero seguro que echaste de menos la barba que te hubiera ocultado esos nervios iniciales.

Nervios que le traspasaste a Ana, quién después del encendido arrebato sacerdotal sobre los cariños, los amores y los capones del respetable para manteneros en vereda, le faltó saliva que tragar para darte el "si quiero" que la comprometía para toda la vida, si Dios y vosotros queréis, contigo y con todos los asistentes. 

Nada más entrar a la iglesia, alguien me preguntó si era José Manuel, el padre del novio, y le dije que no, que no le conocía.

- Pues es el padre del novio

- Ya, es que yo vengo por la novia

Qué ya se que nos habían invitado los contrayentes, los dos, pero quien hace unos meses me preguntó si podríamos asistir al enlace, fue la madre de la novia, y a la que le dije que estaríamos encantados, fue a ella y se lo dije de corazón, porque me hizo una ilusión enorme que contara con nosotros. Total, si parece que fue ayer cuando hace más de cuarenta años su resuelta hermana Silvia, con su pelo corto, negro, endiabladamente ensortijado, y botas de montar, apareció en una de las salas del Club Naútico de Campoamor con ella, su hermana pequeña, menuda, con el mismo pelo, pero rubio, a preguntar si podía ser de la pandilla...

¿Cómo no iba a ir a la boda de Anica? Ana, como si me hubieras pedido que te hiciera las fotos o te llevara a la iglesia. Siempre me he sentido parte de tu familia y siempre me habéis hecho sentir así, e igual que hemos estado en los momentos de dolor, con más razón en los de júbilo, y aunque esté hablando de la boda de tu hija, aprovecho para decirte lo gran persona que eres, siempre positiva, nunca te he visto una mala cara; has tirado para adelante con tus hijos y ayer fuiste espectadora de excepción de la alegría de Ana.

Ana, Jaime (con y sin barba), os deseo lo mejor, que os améis toda la vida, aunque algún día se os olvide rezar el padrenuestro al despertar, y no tiréis de la cama al otro si no le toca levantarse, y disfrutad de la vida y de todo lo que os vaya ofreciendo en cada momento que será único e irrepetible. Porque mañana, empezó ayer.

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